Introducción

<< Anterior


Introducción


Confieso que nací en una familia estadounidense perteneciente a una de las numerosas denominaciones cristianas que tienen a Muhammad por un anticristo, a su libro el Corán por obra de Satanás, a su civilización el Islám por un imperio malvado y a sus seguidores los Musulmanes por condenados al infierno. Durante la niñez acepté esto como un hecho consumado, sin cuestionar la autoridad y sabiduría de quienes lo decían.

Tampoco hubiera servido de mucho indagar más al respecto, pues era prohibido estudiar tendencia alguna que no fuera la “Verdad” presentada por nuestros líderes religiosos. Ellos dijeron haber investigado profundamente el Islám antes de llegar a esa conclusión, y ¿quien era yo para dudarlo? Pero llegando a la pubertad, ya no me satisfacía las conclusiones de otros y me propuse averiguar la realidad por mi mismo.

Lo que encontré me dejó totalmente asombrado. Descubrí a un Muhammad a la vez noble y sencillo, que en nada se asemejaba al que me habían descrito. Me sumergí en el vasto océano de un nuevo libro sagrado, que no restaba sino agregaba valor a mis estudios bíblicos. Conocí a personajes, el radiante ejemplo de cuyas vidas podría servir de guía e inspiración para el adepto de cualquier religión. Abrí capítulos gloriosos en la historia del avance de la civilización humana, que mis maestros habían omitido por completo enseñarme.

¿Cómo era posible --me preguntaba-- que algo tan maravilloso y beneficioso para la humanidad entera haya sido tan feamente desfigurado o, en el mejor de los casos, encubierto? Las respuestas no decían bien de la tan pregonada objetividad científica de occidente. Por una parte, la tendencia entre los eruditos occidentales ha sido juzgar al Islám, no en base a sus propios méritos, sino según unos patrones judeocristianos preestablecidos. Peor aún, durante siglos los historiadores de occidente han disimulado o distorsionado los hechos históricos según sus particulares prejuicios religiosos sectarios y/o etnocéntricos. Desde antes de las Cruzadas, cada generación que me había precedido ha constituido un eslabón más en esta larga cadena de atracos.

El presente texto es un llamado a derrumbar estos muros que nos separan. La actual generación podría constituir el puente que logre esa hazaña y diga: "Ya no más prejuicios, ya no más mentiras, ya no más ocultar la verdad". Intentemos estudiar la historia nuevamente, con nuevos ojos y nuevos corazones. Basemos estas investigaciones, no en intereses mezquinos y divisionistas, sino en un sincero afán de aproximarnos cada vez más a la realidad de los asuntos. Despojémonos de siglos de añadiduras para fundamentar nuestra indagación principal y prioritariamente en los textos originales tanto del Islám como del Cristianismo.

No hay comentarios.: